En una emotiva evocación que conecta la historia del deporte local con las grandes figuras del país, Pocho Pennacino –referente indiscutido de la pelota a paleta en General Villegas– trajo al presente la figura del legendario “Manco de Teodelina”, un pelotari que dejó huella en cada cancha que pisó y cuyo recuerdo sigue vivo en la memoria de quienes lo vieron jugar.
La charla comenzó con una mirada al pasado de la famosa «cancha chica», aquella mítica cancha de paleta ubicada en la calle Pueyrredón, hoy reemplazada por un supermercado. Allí se escribió buena parte de la historia grande de este deporte en la ciudad. “Por esa cancha pasaron los mejores pelotaris del país”, aseguró Pocho, al recordar a figuras como Jorge Lecumberri, el zurdo Mena y, por supuesto, el inigualable Manco de Teodelina.

El Manco, ni manco ni de Teodelina
Pennacino aclaró de entrada que el apodo era engañoso: “No era manco y no vivía en Teodelina, vivía en Chascomús, pero había nacido en Teodelina”. La fama del Manco no era solo por su talento con la paleta, sino también por su fuerte carácter. Una anécdota que pinta de cuerpo entero al personaje relata su reacción ante una frustrada convocatoria a un torneo mundial en San Sebastián, en 1952. Se enojó, sacó un arma y disparó dentro de la federación. “No hirió a nadie de casualidad”, recordó Pocho. La consecuencia: una suspensión por 99 años para representar a la Argentina.
Vestía boina blanca, “porque era radical”, y llegaba a los pueblos con su clásico bolso que siempre contenía una alpargata, un revólver y la paleta. Desafiaba a quien fuera: “¿Quién es el que más juega acá?”, preguntaba al llegar. Era imbatible. “No había cómo ganarlo”, dijo Pocho, que lo vio jugar varias veces.
Un partido para la historia
Entre las historias que aún circulan como leyendas entre los aficionados, destaca una en la que el Manco iba perdiendo 11-1. Su padre, avergonzado, lo retó desde la tribuna. Él le respondió tranquilo: “Viejo, recordá que el partido es a 30”. Dio vuelta el resultado, ganó y se llevó una importante suma apostada.
La pelota a paleta, como recordó Pocho, siempre estuvo atravesada por las apuestas. “Si no se jugaba por plata, no se jugaba”, dijo. Incluso había mecanismos para evitar arreglos. Don Julio López, administrador de la cancha, si sospechaba de un partido dudoso, simplemente se guardaba la pelota en el bolsillo y lo suspendía sin dar más explicaciones.
Una cancha con secretos
La vieja cancha chica tenía piso de baldosas pequeñas de color rojo que hacían que la pelota patinara. Los jugadores locales conocían cada rincón: “Sabíamos para dónde picaba, para dónde salía”. Algunos hasta usaban al público como parte de la estrategia: “Había gente que estorbaba, y uno buscaba eso”, contó Pocho, entre risas.
Además de los históricos sándwiches de matambre y la naranja con fernet –predecesor del clásico fernet con coca– la cancha era famosa por tener su propia mística. “Era bastante embromada para los de afuera”, explicó.

El legado del Manco y una generación inolvidable
Aunque Pocho reconoció que lo mejor que vio en su vida fue a Eduardo Ross –“una maquinita”–, colocó al Manco en un lugar aparte. “No era solo su juego, era su personalidad. Lo marcabas con un compás y no le podías sacar un punto”, relató.
La dupla Eduardo Ross – Ramón Ross fue también memorable, tanto que la Federación de Pelota debió impedir que siguieran jugando juntos porque no tenían rival.
Finalmente, Pennacino mencionó a otras figuras de Villegas que también brillaron: la Chela Moussegne, el Flaco Iriarte y el Negro Areco. “Mano a mano, a la Chela no le ganaba nadie”, afirmó.
Una historia viva
A más de medio siglo de aquellas jornadas memorables, la historia sigue viva en la voz de quienes la protagonizaron o la vieron desde las gradas. Pocho, que debutó en la cancha chica en 1958, con apenas 15 años, cerró su testimonio con una sonrisa: “Antes, los jugadores venían con la valijita y preguntaban quién era el mejor. Y jugaban. Ahora todo cambió, pero la pasión, esa no se pierde nunca”.
La pelota a paleta, con sus duelos vibrantes, apuestas, personajes inolvidables y una mística propia, fue más que un deporte en General Villegas: fue una forma de vida. Y el Manco de Teodelina, con su bolsito, su zurda imbatible y su leyenda, es uno de sus emblemas eternos.

Fuente: FM ACTUALIDAD